Amalgama Número 3 (Noviembre 1999)



...y con todo llegamos al tercer número de Amalgama.
Un número que fue más de transición y en el que se volvieron a recurrir a los mismos errores del inicio, así que para no "amargar" más el recuerdo no los voy a citar de nuevo. Ya no hace falta decir que había demasiada gente que opinaba y que ninguno coincidíamos en el objetivo final. Así, este tercer número parecía más un proyecto de comuna juvenil en el que cualquiera pudo meter su mano sin tomar responsabilidades.
Por ello estas dos portadas, recuerden que una era para la sección de poesía y otra para la de narrativa, en las que no se diferencia el dibujo...o lo que fuese...ya ni me acuerdo. Cómo tampoco recuerdo a algunos de los publicados en la misma, personas que ni conocía y que poseían un dudoso talento para esto de la pluma.
Con todo, y a pesar de todo, salió en aquel penúltimo Otoño del siglo XX con estos nombres: Por la sección de poesía Alfredo Wandossell Amate, Guillermo Vivero Salmerón, Vicente Velasco Montoya, Juan Ignacio Ros Pérez (que seguía bajo su pseudónimo Un Fuego sin Llamas), Sergio Gallego Morales, José Miguel Arroyo, Antonio Llorente Abellán, Héctor Castilla, Elena Orenes y Ángel Galindo Piñana; Y por la sección de narrativa Vicente Velasco (con mi único relato publicado en esta etapa), Antonio Vela, Salvador Calero y Francisco Buyo.
La editorial corrió a cargo de Juan Ignacio Ros Pérez...una amalgama para buscar maravillas en un mundo diseccionado...
Bueno, la única verdad es que éste fue el último número en el que se funcionó de tan mala manera...porque si no pocas maravillas íbamos a buscar. Asumí un poco el control de la situación, ya que parecía que era el único que se cogía verdaderos enfados por el asunto...
Y no me equivoqué, pero eso será en la entrada del número 4, mientras leamos este poema de Ángel Galindo Piñana, con el que el día 30 de de este mes de Junio del 2009 uniré mi voz a su guitarra en un, seguro, delicioso recital.
Reflexión
Geométrica perfecta
indeleble dogma de fe;
formas ovaladas
sobre mentes imperfectas.
Linea recta interminable,
sinrazón desmesurada.
Perfección metropolitana
para cabezas enfermas
de seso y capital.
Los pilares de la vida,
perfectas obras de cemento.
Los ideales se corroen
en una viga de refuerzo,
lo propio se delimita
en ilusiones de bolsillo
donde no entró jamás
un rayo de sol.
Y una mente sin balcones,
¿podrá algún día
ver por si la luz?
¡Qué tristeza tan sutil!
Ángel.

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