Pensar un lazo

Nunca llegué a sembrar la distancia
tan similar que existe entre un nudo
y un lazo que te abraza. Jamás el tiempo
enderezó la sombra de las agujas
de este reloj cubierto de harapos y arruinado.
Las frías marcas sobre mi piel lucieron
herida y sangre como vivos tatuajes
que narraban crueles manos, puñales
carmesí y lentas lágrimas mientras un cielo
blanco de niebla, cielo traidor, vendaba mis ojos.
Sólo el goteo de los segundos nómadas
como una lluvia de latidos ajenos
me hacía recordar el dolor negro
reptando como araña por su trampa
hacia la carne presa de mis mudas cicatrices.
Sólo el goteo dejado por mi voz
en este sendero me empujó tras mis huellas
y volver al invierno entre el desierto
para contemplar la hoguera donde besé
al calor de sus brasas aquellos labios vírgenes.
Acariciado por el destello nítido
de aquellas llamas pude desanudar
la venda que ocultaba mis grises ojos
y sincronizar los latidos con la cadencia
de las agujas del reloj antes de que ardiera.
Y gracias a una mirada desnudarme,
retar mis manos a pensar un lazo
con el que vestir mi propio abrazo,
no ocultar la caligrafía de mi cuerpo
y leer para los labios de ese rostro
ya sin distancia, cercanos, sereno el aliento
por el que anudamos nuestras manos.
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