Última noche del siglo - 31 de Diciembre 2000

En esta noche de hielo, almohadas, relojes túrbidos,
noche que desembocará en noche de misivas,
renglones despedida, alguna que otra copa rota,
millones de miradas preguntándose en silencio.

Las latitudes de los miedos permanecerán como cruces
después de un bombardeo de niebla y humo denso,
volcanes y locomotoras, las estrellas allá, casi cerca
y lejanas como todo mineral purpúreo del sueño.

El público permanecerá, igual esta noche que otra,
encerrada en sus vagones con sonrisa de útero,
el espanto, la añoranza, una máquina sin timón
que rueda por raíles forjados a la sangre
como lo fueron nuestras tortuosas calles,
como lo fueron nuestros ojos, llantos, escapadas y decepciones.

Todas las espinas dorsales de las catedrales
nos reflejan esta noche con cierta ironía ocre,
esta noche con más razón por ocultar nuestra mirada
tan al fondo del mar como nos dejen las estilográficas
olvidadas desde la pasada noche en el trastero de algún alma.

Los violines retocan una pieza de música para sol opaco,
las puertas nunca habrán sido tan inútiles en una noche
cuando no hay misterios, ruido, luz que evitar entre bastidores.
El frío ya está en nuestros huesos, a lo largo de nuestras palabras
inundando de vaho seco cada peldaño de las escaleras, uno a uno
el frío ejerciendo de pasaporte en el segundo de partir al puerto.

Se escuchan las bofetadas de los neuróticos, los románticos, los indulgentes,
los contagiosos, los escaladores, los desnudos de todo el arte
y los celadores de aliento golpeando los marcos del tiempo.

Todo es perceptible, todo es noche, hasta el aire que bordea
los ángulos perforados de todas las cartas de despedida,
de todos los termómetros de verso y semillas de angustia,
todo tan familiar, color azul galería, quizás como pergamino
agarrado a la periferia de nuestras venas, nuestra sangre
diluida en el hielo, en todas las almohadas
diluyéndose con la marcha ácrata de la respiración,
del olvido de los candelabros bajo los adoquines del mismo infierno.

Todo tan similar a como ha sido siempre, por la noche
sabiéndose el mundo sólo, creyéndose libre para quebrar espejos,
recién nacido para quebrar en llanto sin aguantar los aplausos,
las miradas que, en esta noche, parecen más apagadas.

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