a Julio CortázarSe gestan los últimos movimientos, voces,
se difumina toda trama en este teatro,
el escenario, tres únicos personajes.
El cadáver horizontal en una cama de hierro
y el espíritu del fallecido con toga de seglar.
Para aquellos que llegan siempre al final de la obra,
haciéndolas suyas,
señalarles que el cadáver es propiedad privada
de un párroco fallecido por un mal inexplicable.
No es una alegoría al anticlericalismo.
Es la muerte en escena.
El alma demuestra, con sus últimos párrafos de guión,
enorme júbilo por esta afirmación en la vida eterna
ante una arrebatada sala de incrédulos asistentes.
No se percata del fantasma, el tercer personaje,
a su espalda inmóvil, oscuro por no poder ser transparente.
Le llama y aquél se gira, le reconoce.
Se le acerca con la levedad de la noche
hablándole con voz en off quizás,
depende todo de la afonía del actor.
Siento comunicarte, querido amigo,
que tras la muerte no hay nada.
A lo mejor un lánguido resplandor
como una lombriz, como una calavera
expuesta a un amanecer que ya no le pertenece.
No hay mucho más, solamente todos los fuegos.
La última antorcha.
Así que acompáñame, abrázate,
apaga las luces
y desciende el telón.